Lunes, 14 de Octubre de 2024

Algunos condimentos que pesarán en la elección de 2015

Uno de los componentes es el carácter federal de la política y otro, íntimamente ligado, la carencia de partidos políticos con liderazgos nacionales verdaderamente fuertes, que ordenen el tablero y definan las alianzas. El peso de los Gobernadores y algunos dirigentes del radicalismo en el interior.

05-01-2015



Por Hernán López
Terminó 2014 y viene, inexorablemente, un 2015 marcado políticamente por las elecciones que definirán la transición presidencial. Y no es cualquier transición: tras 8 años, Cristina Fernández de Kirchner dejará el sillón de Rivadavia y el cetro quedará para alguien que no es de su familia, abriendo el juego a un recambio inédito en casi 12 años.

Si bien no son novedades absolutas, hay por lo menos dos factores que tendrán una incidencia decisiva a la hora de pensar en el resultado final.

El primero de esos factores es el carácter excesivamente federal que adquirirá este turno electoral. Y aquí es importante enfatizar que este aspecto no es enteramente nuevo, pero tomará una forma casi desconocida en años recientes: si la relación económica entre el poder central y las provincias es decididamente unitaria -signada por la urgencia de descentralizar recursos financieros y diseñar una nueva Ley de Coparticipación Federal-, la dimensión política toma otro cariz, acaso ligado a la lenta desarticulación de los partidos políticos, al menos como estructuras de índole nacional.

No es que el Partido Justicialista y la Unión Cívica Radical, los dos más grandes, hayan perdido total importancia, sino que su gravitación viró, más bien, a otros niveles. En ese sentido, cuesta pensarlos en los mismos términos que décadas atrás y tampoco hay grandes líderes reconocidos por la cúpula de esas fuerzas, que mantengan cierto orden institucional puertas adentro.

Sin un liderazgo fuerte que ordene las alianzas y adhesiones por dentro de las estructuras partidarias, algo que es particularmente patente en el caso del radicalismo, el rol de los Gobernadores y los caudillos provinciales será fundamental en el conteo de votos. Estos últimos necesitan un candidato nacional competitivo, pero los candidatos nacionales, por su parte, necesitarán de ellos también.

En otras palabras: está virtualmente descartado un efecto arrastre como el logrado por CFK en 2011, donde su caudal de votos, por sí solo, explicó casi toda esa elección.

El que mejor entendió este factor federal probablemente sea Daniel Scioli, quien, no bien pasaron las legislativas de 2013, empezó a pensar en los hombres fuertes del interior, que son los propios Gobernadores. Entre fines de ese año y comienzos de 2014, Scioli avanzó con visitas constantes y selló acercamientos clave con los caciques locales, quienes verdaderamente mueven el amperímetro en esas tierras.

Sergio Massa y Mauricio Macri también comprendieron eso, pero -sobre todo el primero- fallaron en la estrategia y ahora cargan con ese déficit. Sabiendo que era difícil incorporar a los Gobernadores, porque los saltos en masa que algunos previeron eran remotos, el tigrense creyó que estaba en condiciones de amortiguar esa carencia con el poder de los intendentes provinciales, trasladando su modelo de construcción bonaerense a otras jurisdicciones.

Sin embargo, el poder territorial de los jefes comunales en el interior no es equiparable al que ostentan sus pares del Gran Buenos Aires, varios de los cuales integran el Frente Renovador.

El segundo factor está íntimamente relacionado a una de las características antes señaladas: la caída de los partidos políticos o, más precisamente, la ausencia de un sistema de partidos que aseguren un mercado electoral competitivo, con la alternancia que es moneda corriente en otras partes del mundo. Y el rasgo más evidente es, particularmente, el colapso de la UCR luego de 2001.

Los radicales eran garantía de cierto contrapoder y, junto con el peronismo, lograron una alternancia interesante durante el período que fue de 1983 a 1999, con dos triunfos nacionales para sus hombres (Raúl Alfonsín en 1983 y, en alianza con el FREPASO, Fernando De La Rúa en 1999, mientras que los otros dos fueron para el peronismo, es decir Carlos Menem en 1989 y 1995).

No pocos politólogos advierten que, lentamente, la UCR pasó a ser una suerte de equivalente argentino del PMDB brasilero. Esto es, con una fuerte estructura a lo largo del país, postulantes provinciales competitivos que, ramificados en varias corrientes y pegados a las distintas opciones electorales, mantienen una maquinaria de intendentes, concejales, legisladores nacionales y provinciales y -en menor medida- también gobernadores pero renunciaron a luchar por la Presidencia.

Eso es un problema para los referentes nacionales de la fuerza, como Ernesto Sanz -titular del Comité Nacional- y Julio Cobos. Pero sube el precio de los dirigentes intermedios, especialmente aquellos que llegarán a 2015 con alguna chance de ganar en las provincias: son pretendidos por el massismo y el PRO -y ahí hay también radicales de orientación k- para ganar espacio, asegurar fiscalización y recursos en el interior del país.

Esos dos criterios serán concluyentes, a saber: una política sin partidos realmente fuertes a nivel nacional y la consolidación de una política netamente federal, con preeminencia de los Gobernadores y algunos dirigentes del radicalismo en el interior. Todos condimentos que pesarán con fuerza en 2015 tras algunas de las grietas abiertas durante 2013. El desenlace tiene pronóstico reservado.
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